CARAJAL.

            Puedo leer en el DRAE que una carajada es una “necedad, sandez”; así que, por simpatía bucólico-pastoril, podemos aceptar “carajal” como sembrado de carajadas, lo cual que nos viene de perlas esta primavera tan lluviosa y fresca, florida y fermosa como ya no recordábamos mucho tiempo ha. Así pues, miro por la ventana a los barbechos de mi vecindad, restos baldíos de la burbuja inmobiliaria, y reconozco en su caótica feracidad una alegoría muy buena para la voz carajal que, pese a todo, es término de muy antiguo uso en la Andalucía profunda, tan profunda que a ratos resulta casi irreconocible para los propios andaluces. De hecho, lo que más llama la atención de un carajal, como de cualquier barbecho, es que todo es consuno y para poder explicarlo no encuentras por dónde empezar; es como intentar copiar El Quijote en la superficie de un charco esperando que los renacuajos te lo vayan declamando por turnos de edad.

            Echémosle la culpa a Rusia, al malaje del oso de los Urales, que nos ha gafado y nos tiene en el punto de mira de sus agentes desestabilizadores en el muladar de las redes sociales. Ha sido aproximarse el inicio de su Mundial de fútbol y vamos a ver destituidos el mismo día al seleccionador nacional y al ministro de cultura y deportes, rutilante estrella del espectáculo de un gobierno espectacular que llegó hace diez días a marcha legionaria, buscando quedarse, y ya está perdiendo fuelle por todas sus costuras. Hasta dicen las malas lenguas que vamos a tener una rueda de prensa presidencial que esperemos que en este día de locos no acabe como alguien, con buen conocimiento del gafe español, ha escrito acertadamente en Twitter, a saber: (Javi Sancho dixit) “Verás que nos liamos y acaba Lopetegui en la cárcel, Urdangarín de ministro y Maxim Huerta de seleccionador. No estamos preparados para tanto movimiento en una mañana”… Desternillante, ¿verdad? Pues lo peor es que la situación patria es tal que hasta parece probable que así ocurra. Total, con lo que llevamos aguantado, un poco más curte más que escuece.

            Pero, bien mirado, con la moción de censura hemos conseguido algo muy de izquierdas: la internacionalización de lo patrio. Hemos pasado de poder echarle la culpa a las meigas gallegas, que existir no existen, pero haberlas hailas, a poder echarle la culpa a la Madre Rusia o a Florentino Pérez, que para el caso nos quedan igual de internacionalmente lejanos. El caso es que, desde Zapatero a esta parte, hemos entrado en una suerte de picado en barrena en el que a cada vuelta escuchamos a alguien soltarla más gorda, así: La Sexta sustituye al Congreso de los Diputados cuando le peta y la deja espacio el oráculo de Ferreras; RTVE sustituye al NODO cada vez que toca, es decir, a casi todas horas; el PP despotrica porque todavía no se ha dado cuenta de que nuestra democracia no se rige por un sistema presidencialista; Podemos se enfada porque ni rebajando sus exigencias a la mínima expresión coge cacho; el PNV se esconde porque, habiéndole robado la cartera a dos al mismo tiempo, teme que le paguen doble y tenga que devolverlo con intereses de demora; Izquierda Unida no acaba de encontrar con quién unirse establemente más allá de un revolcón de una noche; las confluencias hace tiempo que no confluyen para no llamar la atención de la concurrencia, que es la que paga sus facturas; un juez acusa de rebelión a un prófugo en Bruselas y Bélgica, acordándose de D. Juan de Austria, se nos pone flamenca y quiere empapelarnos al juez por ser español, y mucho español… Lo que digo, todo un carajal.

            ¿Pero qué se puede esperar de un imperio al que le montó su leyenda negra un tal Fernández…?; pues lo que ha pasado, que no sólo ha durado la jodienda cuatro siglos sino que, además, ha creado escuela entre todos los fernández de esta vieja piel de toro, con o sin chaqueta de pana, descamisados o con camisa de fuerza, en la foto o fuera de ella, los conozca la madre que los parió o los reconozca el padre que los hizo. Así, en un apretado viaje al centro que parece el bálsamo de fierabrás del gatopardismo político hispano: la otrora izquierda se teme de “Socialistas”, la derecha se llama “Populares”, la que parecía más izquierda se vende “Unidos” (unas veces a unos y otras a otros), la nueva izquierda se dice “Podemos” y la otra nueva izquierda, que tropezó y cayó en la derecha, se tilda de “Ciudadanos”; y tal es el carajal que se ha montado en ese camarote de los hermanos Marx que es el concurrido centro político español, que cuando uno mira y les ve tan junticos y tan de acuerdo en lo que ningún necio estaría jamás en desacuerdo, su nómina, uno puede leer de corrido “socialistas populares unidos podemos ciudadanos”, lo que traducido a román paladino bien podría significar SOCIALISTAS Y POPULARES UNIDOS PODEMOS CON LOS CIUDADANOS, lo cual queda muy lapidario, pero meridianamente cierto a tenor de los hechos.

            Excuso decir lo que se le va a montar a nuestro Excmo. Sr. Pte. Sánchez cuando el dique de contención de la lentitud de la justicia carpetovetónica reviente y empiece a escurrirle mierda desde su Ministerio de Hacienda, para abajo, que con eso de que hacienda somos todos no va a ver hijo de vecino que se libre de su parte alícuota de pinchazo de la Burbuja Sanchista. Eso sin ánimo de malmeter, porque si uno fuera un poco cabroncete, recordaría que los aldeanistas catalufos están cogiendo bríos renovados gracias al carajal político español y, por qué no decirlo, a haber recuperado el oxígeno presupuestario por obra y gracia del gran talante, sin talento, del Consejo de Ministras y Ministros del Reino de todas las Españas, más modernamente renombrado por nuestro ínclito presidente como plurinacionalidad de España; porque si digo algo de eso, voy a tener que centrarme en la subida imparable de VOX en las encuestas de intención de voto y la alta probabilidad de que a algún carajote, harto de tantas carajadas ajenas, le dé por mandar al Estado al carajo y nos veamos de romería camino a una fiesta de palos; que no es bueno olvidar que España es una Nación con arranque de burro y parada de caballo.

            Ahora bien, ¿queda esperanza para un país con todos sus partidos políticos teóricamente de centro, y prácticamente de derechas, en el que los ciudadanos de izquierdas que anhelan la reconstrucción de la Izquierda abominan de llamarse tal cosa? Desde luego, todo es posible en el país de la picaresca en el que todavía quedan charlatanes de oficio capaces de venderte un peine como si fuera el estabilizador de cola de un transbordador espacial. ¿Acaso no tenemos un ministro astronauta que iba a aterrizar en naranja e, in extremis, ha sufrido lo que en astrofísica se denomina un “corrimiento al rojo”, o sea, un enfriamiento más o menos paulatino? A estas horas, mis amigos del CSIC de Granada, con la retranca que gastan, estarán haciendo gracietas con la evolución natural de una gigante naranja hacia una enana roja; pero esa broma a mí me fastidia bastante puesto que, aunque no se mucho del caso, alcanzo a recordar que el final de toda enana roja es seguir enfriándose hasta su violenta implosión, génesis directa de un avaricioso agujero negro que lo engulle todo, hasta la poca luz que nos pueda quedar al común de los mortales.

            Espero, por nuestro propio bien, que esto se quede en la chufla de un desocupado que anda algo perdido entre tanta carajada y tanto carajote que tienen subsumida España en un carajal a punto de mandarla al mismísimo carajo.

            ¡Carpe diem!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Dignidad.

            En su acepción más generalista y, por tanto, más humana, el DRAE afirma que dignidad es “gravedad y decoro de las personas en la manera de comportarse”, gravedad que se entiende máxima cuando la persona indicada es una persona jurídica de tan alto nivel como todo un Estado de Derecho como el que la Constitución de 1978 define y sanciona como Nación española, o sea, como pueblo soberano cuyo primer acto de soberanía fue, precisamente, aprobar muy mayoritariamente el texto de dicha carta magna mediante referéndum universal. Por cierto, que el 92,3% de los votos emitidos en Cataluña fue favorable a dicha Constitución, y me consta que ninguno de ellos fue arrancado a punta de pistola. Es decir, que la dignidad de todos y cada uno de los españoles fue depositada solemnemente por nuestros padres en ese contrato social que es nuestra constitución, lo que el grado de gravedad alcanzado con dicho gesto es insuperable. Además, quien tiene edad suficiente para recordar qué galas y qué actitud vistieron nuestros padres aquel día, sabrán que el grado de decoro fue, si cabe, mucho mayor. Grave y decorosa esperanza de excombatientes y niños de la guerra.

            Salvando las distancias, hace una semana ya de una moción de censura que rindió a España una razón de alivio que algunos no han tardado en vender como genuina esperanza nacional; el mismo tiempo que hace de mi opinión personal en ese sentido, por encima de la censurable maniobra de oportunismo político que apestaba por todas sus costuras: España no podía continuar con un Presidente que presidía a un partido condenado por corrupción y que, para colmo, estaba gestionado una onerosa aplicación del artículo 155 de nuestra Constitución que ha sido un permanente amagar y no dar. Si eso comportaba tener que soportar un gobierno chopped, lo soportaríamos; si eso requería ver a RTVE dar un giro de 180º en tiempo record, lo asumiríamos; y si eso implicaba tener que aguantarle sus pataletas teatrales al sanedrín de Podemos, cosas peores llevamos haciendo desde que el Clan de la Ceja cobijó a su jefe en La Moncloa. Ahora bien, los acontecimientos de las últimas veinticuatro horas bien merecen una reacción rápida antes de que los demócratas de este país tengamos mucho que lamentar por inoperancia, candidez y comodidad, es decir, por cálculo electoral en la mayoría de los casos.

            Sin embargo, dos acontecimientos recientes y seguidos en el tiempo evidencian que no hay esperanza. Ayer tarde, cincuenta energúmenos catalufos – no confundir con catalanes – arruinaron un acto de Sociedad Civil Catalana en homenaje a “Don Quijote de la Mancha”; y hoy, el flamante gobierno Sánchez ha retirado la intervención de las cuentas de la Generalidad de Cataluña. Ayer me emocioné con el solemne acto de dignidad de la asistencia al citado acto en la Universidad Autónoma de Barcelona gritando a coro “libertad”, pese a su indignante encierro en el salón de actos; y hoy me he indignado con un gobierno, presuntamente de izquierdas, que amenaza con hacer bueno a los gobiernos de Rodríguez Zapatero. Si se le achacó a Rajoy que amagase y no diese, abandonando a su suerte a los catalanes de bien, incluidos muchos aldeanistas que siempre han tenido en el respeto a la persona ajena la línea roja a no cruzar, de este gobierno ya no podemos esperar otra cosa que oportunista arbitrariedad y “sosteneos mientras convoco una elecciones que pueda ganar”. Podemos decir, pues, que el PSOE ha vuelto a elegir el tándem Largo Caballero – Prieto (Sánchez-Iceta) cuando España le ha vuelto a demandar un tándem De Los Ríos – Besteiro.

            Alguien debería decirle a nuestro flamante presidente que la herencia debida no existe, pues basta con negarse a recibirla; así que, si él ha ido tan insistentemente en busca de dicha herencia, desde su toma de posesión es titular y responsable de hasta la última de las cuentas políticas pendientes de su antecesor, a las que habrá que añadir, por supuesto, que esos infames órganos de propaganda catalufos, insaciables inoculadores de odio cerval a todo lo que el I Reich Català dicte como español, que son los medios de comunicación públicos de Cataluña a cargo de los impuestos de todos los catalanes, continúan emponzoñando la convivencia catalana gracias a que Pedro Sánchez vetó su intervención estatal como condición para apoyar la aplicación del artículo 155 de nuestra Constitución. Desde hoy, no sólo cuentan con energías renovadas sino, además, con la garantía de que sus reichfürher gozarán de cuanto presupuesto sin control necesiten para continuar con su escalada racista, su tortura de la Historia, su linchamiento de la lengua oficial del Estado y sus labores de contraespionaje a la Policía Nacional y la Guardia Civil. Porque ahora, lo que toca, es recibir en La Moncloa al presidente regional Joaquín Torra, el que ha exigido una entrevista de igual a igual que esta misma tarde le ha sido concedida, a falta de fecha, en aras de un diálogo que hasta el más tonto del lugar sabe que con los aldeanistas es literalmente imposible.

            Se quejaba el PSOE de la oposición, hace días, que el ridículo nacional que estaba sufriendo España, a causa de la inoperancia de un gobierno de derechas que permitió la fuga de Puigdemont, nos estaba haciendo un daño irrecuperable a nivel internacional; se ve que tenderle la mano desde el Gobierno de la Nación, en nombre de España, a quien no para de mordértela en el nombre de la delincuencia institucional, la sedición, el desacato y el racismo callejero va a dejar a nuestro país con el pabellón bien alto en el imaginario colectivo mundial… Y puede que tenga razón, pero el pabellón nacional bien alto clavado de una pica en Flandes; o como profetizaba en 2016 Arturo Pérez Reverte, directos a hacer posible que, por comparación, José Luís Rodríguez Zapatero nos acabe pareciendo Winston Churchill. Y todo ello sin entrar a valorar cosas más prosaicas como que si el Sr. Sánchez, como Secretario General del PSOE le venía cobrando a su partido un 27% más de lo que el Sr. Rajoy nos venía costando a los españoles como Presidente del Gobierno, ¿debemos esperar que reduzca su nivel de ingresos o, por el contrario, debemos apresurarnos a justificar que engrose la nómina heredada de su antecesor?

            Permítanme dudarlo, porque: ha prometido su cargo cargándose las promesas de poder más o menos explícitamente hechas a su socio principal, Podemos; tiene como Vicepresidente única del gobierno a una andaluza “pata negra” que acuñó para la Historia el aserto de “estamos gestionando dinero público y el dinero público no es de nadie”; ha nombrado Ministro de Administraciones Públicas a una diputada del PSC – no confundir con el PSOE – multada por el grupo parlamentario socialista por apoyar con su voto el derecho a la autodeterminación para Cataluña; ha elevado a la potestad de Ministro de Hacienda a la señora que como Consejera de Hacienda de la Junta de Andalucía ha puesto todas las trabas imaginables a la investigación judicial del “Caso ERE” y que, antes, como Consejera de Salud, aplicó una feroz política de tierra quemada en el Sistema Andaluz de Salud que los juzgados andaluces no tardarán mucho en entender, pues multitud de querellas y denuncias se agolpan en sus listas de tareas pendientes; pero es que ahora, para colmo, está lanzando el globo sonda de promover a la Fiscal Jefe de la Audiencia Provincial de Sevilla a la muy noble condición de Fiscal General del Estado, se ve que a modo de pago de favores prestados tanto en la licuefacción de la causa del Caso Ere, como en la jibarización del “Caso de los Cursos de Formación de la UGT”, que amenazaba ya con extenderse a muchas otras comunidades autónomas y, por supuesto, al empantanamiento en los juzgados de cuantas querellas y demandas se le están interponiendo a la Junta de Andalucía de esta última legislatura de Susana Díaz.

            Y es que el optimismo en la casa de la Izquierda dura últimamente muy poco. Uno se esfuerza por quedarse con lo positivo para España de este soplo de aire fresco y la ventolera que trae te hace topar con la espesa polvareda que arrastra nuestro flamante Presidente del Gobierno: miembro del sumiso consejo de administración de la Bankia del agujero financiero abisal y las “tarjetas black”, disciplinado diputado que apoyó en Cortes la reforma del artículo 135 de nuestra Constitución, a requerimiento europeo, para garantizar el pago de la deuda soberana a los grandes acreedores financieros (los pequeños ahorradores de Bankia siguen esperando), aún más disciplinado diputado del Congreso a la hora de aprobar la congelación de las pensiones que auspició el gobierno de Zapatero e ilustrísimo inventor de la plurinacionalidad de España y su solución: reforma constitucional para convertirnos en una federación asimétrica, con lo cual, los principios irrenunciables de la izquierda – solidaridad, igualdad, libertad, justicia, unidad y Nación – pasan a beneficio de inventario en un presumible proceso de adecuación de la estructura territorial de España a la estructura federal del PSOE en la que, por cierto, el PSC es un partido político independiente.

            Pues llamadme lo que queráis, pero esta dinámica política de salón fue la que me hizo abandonar el PSOE en 2014, antes de la tremenda sangría de militancia que iba a sufrir dicho partido con el cainismo feroz entre sanchistas y susanistas, algo así como un suresnes gollesco, a garrotazo limpio. Y conociendo el paño de primera mano, prefiero que me llaméis pesimista a que, a no mucho tardar, el tipo del espejo de mi cuarto de baño me pueda decir: “mírate, otro gilipollas más.”

            ¡Carpe diem!

 

 

Gaia.

            La diosa Gea griega, la Pachamama andina, la Madre Tierra de todos los pueblos aborígenes del mundo que quedaron al margen de las grandes conquistas “civilizadoras” del hombre blanco…, ecos vivientes de una edad de la humanidad en la que el Homo sapiens se sabía hijo de la Tierra, usufructuario de sus bienes, pero en ningún modo soberano de cualquier cosa más allá de su persona. Por eso, en este Día Mundial del Medioambiente, a las puertas de un cambio de paradigma humano, me voy a permitir transcribir la carta que el Jefe Seattle remitió en 1855 al presidente norteamericano Franklin Pierce en contestación a la “oferta” de este, de 1854, proponiéndole adquirir su territorio en vez de cogerlo por la fuerza. El documento que se conserva dice así:

            “El Gran Jefe Blanco de Washington ha ordenado hacernos saber que nos quiere comprar las tierras. El Gran Jefe Blanco nos ha enviado también palabras de amistad y de buena voluntad. Mucho apreciamos esta gentileza, porque sabemos que poca falta le hace nuestra amistad. Vamos a considerar su oferta pues sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco podrá venir con sus armas de fuego a tomar nuestras tierras. El Gran Jefe Blanco de Washington podrá confiar en la palabra del Jefe Seattle con la misma certeza que espera el retorno de las estaciones. Como las estrellas inmutables son mis palabras”.

            “¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esa es para nosotros una idea extraña.”

            “Si nadie puede poseer la frescura del viento ni el fulgor del agua, ¿cómo es posible que usted se proponga comprarlos?”

            “Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo. Cada rama brillante de un pino, cada puñado de arena de las playas, la penumbra de la densa selva, cada rayo de luz y el zumbar de los insectos son sagrados en la memoria y vida de mi pueblo. La savia que recorre el cuerpo de los árboles lleva consigo la historia del hombre piel roja.”

            “Los muertos del hombre blanco olvidan su tierra de origen cuando van a caminar entre las estrellas. Nuestros muertos jamás se olvidan de esta bella tierra, pues es la madre del hombre piel roja. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el ciervo, el caballo, la gran águila, son nuestros hermanos. Los picos rocosos, los surcos húmedos de las campiñas, el calor del cuerpo del potro y el hombre, todos pertenecen a la misma familia.”

            “Por ésto, cuando el Gran Jefe Blanco de Washington manda decir que desea comprar nuestra tierra, pide mucho de nosotros. El Gran Jefe Blanco dice que nos reservará un lugar donde podamos vivir satisfechos. El será nuestro padre y nosotros seremos sus hijos. Por lo tanto, nosotros vamos a considerar su oferta de comprar nuestra tierra. Pero eso no será fácil. Esta tierra es sagrada para nosotros. Este agua brillante que se escurre por los riachuelos y corre por los ríos no es simple agua, sino la sangre de nuestros antepasados. Si les vendemos la tierra, ustedes deberán recordar que ella es sagrada, y deberán enseñar a sus niños que ella es sagrada y que cada reflejo sobre las aguas limpias de los lagos habla de acontecimientos y recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo de los ríos es la voz de mis antepasados.”

            “Los ríos son nuestros hermanos, sacian nuestra sed. Los ríos cargan nuestras canoas y alimentan a nuestros niños. Si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben recordar y enseñar a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos, y los suyos también. Por lo tanto, ustedes deberán dar a los ríos la bondad que le dedicarían a cualquier hermano.”

            “Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestras costumbres. Para él una porción de tierra tiene el mismo significado que cualquier otra cosa, pues es un forastero que llega en la noche y extrae de la tierra aquello que desea. La tierra no es su hermana sino su enemiga, y cuando ya la conquistó, prosigue su camino. Deja atrás las tumbas de sus antepasados y no se preocupa. Roba de la tierra aquello que sería de sus hijos y no le importa.”

            “La sepultura de su padre y los derechos de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, a la tierra, a su hermano y al cielo como cosas que puedan ser compradas, saqueadas, vendidas como carneros o adornos coloridos. Su apetito devorará la tierra, dejando atrás solamente un desierto.”

            “Yo no entiendo, nuestras costumbres son diferentes de las suyas. Tal vez sea porque soy un salvaje y no comprendo.”

            “No hay un lugar quieto en las ciudades del hombre blanco. Ningún lugar donde se pueda oír el brotar de las hojas en primavera o el batir de las alas de un insecto. Mas tal vez sea porque soy un hombre salvaje y no comprendo. El ruido parece solamente insultar a los oídos.”

            “¿Qué resta de la vida si un hombre no puede oír el cantar solitario de un ave o el croar nocturno de las ranas alrededor de un lago? Yo soy un hombre piel roja y no comprendo. El indio prefiere el suave murmullo del viento encrespando la superficie del lago, y el propio viento, limpio por una lluvia diurna o perfumado por los pinos.”

            “El aire es de mucho valor para el hombre piel roja, pues todas las cosas comparten el mismo aire – el animal, el árbol, el hombre –, todos comparten el mismo soplo. Parece que el hombre blanco no siente el aire que respira. Como una persona agonizante, es insensible al mal olor. Pero si vendemos nuestra tierra al hombre blanco, él debe recordar que el aire es valioso para nosotros, que el aire comparte su espíritu con la vida que mantiene. El viento que dio a nuestros abuelos su primer respiro, también recibió su último suspiro. Si les vendemos nuestra tierra, ustedes deben mantenerla intacta y sagrada, como un lugar donde hasta el mismo hombre blanco pueda saborear el viento azucarado por las flores de los prados.”

            “Por lo tanto, vamos a meditar sobre la oferta de comprar nuestra tierra. Si decidimos aceptar, impondré una condición: el hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos.”

            “Soy un hombre salvaje y no comprendo ninguna otra forma de actuar. Vi un millar de búfalos pudriéndose en la planicie, abandonados por el hombre blanco que los abatió desde un tren al pasar. Yo soy un hombre salvaje y no comprendo cómo es que el caballo humeante de hierro puede ser más importante que el búfalo, que nosotros sacrificamos solamente para sobrevivir.”

            “¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los animales se fuesen, el hombre moriría de una gran soledad de espíritu, pues lo que ocurra con los animales en breve ocurrirá a los hombres. Hay una unión en todo.”

            “Ustedes deben enseñar a sus niños que el suelo bajo sus pies es la ceniza de sus abuelos. Para que respeten la tierra, digan a sus hijos que ella fue enriquecida con las vidas de nuestro pueblo. Enseñen a sus niños lo que enseñamos a los nuestros, que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra, les ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, están escupiendo en sí mismos.”

            “Esto es lo que sabemos: la tierra no pertenece al hombre, es el hombre el que pertenece a la tierra.”

            “Esto es lo que sabemos: todas las cosas están relacionadas como la sangre que une a una familia. Hay una unión en todo.”

            “Lo que ocurra con la tierra recaerá sobre los hijos de la tierra. El hombre no tejió el tejido de la vida; él es simplemente uno de sus hilos. Todo lo que le hiciere al tejido, se lo hará a sí mismo.”

            “Incluso el hombre blanco, cuyo Dios camina y habla con él, de amigo a amigo, no puede estar exento del destino común. Es posible que seamos hermanos, a pesar de todo. Veremos. De una cosa estamos seguros que el hombre blanco llegará a descubrir algún día: nuestro Dios es el mismo Dios.”

            “Ustedes podrán pensar que lo poseen, como desean poseer nuestra tierra, pero no es posible. El es el Dios del hombre, y su compasión es igual para el hombre piel roja como para el hombre piel blanca.”

            “La tierra es preciosa, y despreciarla es despreciar a su creador. Los blancos también pasarán; tal vez más rápido que todas las otras tribus. Contaminan sus camas y una noche serán sofocados por su propios desechos.”

            “Cuando nos despojen de esta tierra, ustedes brillarán intensamente iluminados por la fuerza del Dios que los trajo a estas tierras y por alguna razón especial les dio el dominio sobre la tierra y sobre el hombre piel roja.”

            “Este destino es un misterio para nosotros, pues no comprendemos el que los búfalos sean exterminados, los caballos bravíos sean todos domados, los rincones secretos del denso bosque sean impregnados del olor de muchos hombres y la visión de las montañas obstruida por hilos de hablar.”

            “¿Qué ha sucedido con el bosque espeso…? Desapareció.”

            “¿Qué ha sucedido con el águila…? Desapareció.”

            “La vida ha terminado. Ahora empieza la supervivencia.”

            Cuando en 1969 el insigne químico James Lovelock formuló su Hipótesis Gaia, la sociedad estaba más pendiente de la conquista de la Luna y de la guerra de Vietnam, cosas más de nuestra modernidad industrial. Cuando a partir de su publicación en 1979 fue esparcida urbi et orbe por la reputada biólogo Lynn Margullis, la carta del Jefe Seattle seguía siendo un anónimo archivo epistolar en la biblioteca del Capitolio de Washington. Cuando en 1989 cayó el Muro de Berlín y el telón de acero de la Guerra Fría dejó a la sociedad mundial mirar más alto y más lejos, el movimiento ecologista internacional comenzó a ser relevante como génesis de conciencia natural en el Hombre. Para 1999, la imagen del “Rainbow Warrior” y las pancartas amarillas de Greenpeace sevían de amplificador mediático y global a la silenciosa batalla conservacionista de miríadas de grupos locales, regionales y nacionales de ciudadanos comprometidos con la consevación de la Naturaleza como una obligación física, un legado de supervivencia para las generaciones venideras. Y para 2009, en el megaindustrializado mundo occidental, multitud de pequeños partidos políticos nacieron con el afán, parcial o total, de llevar la lucha conservacionista a las instituciones de su ámbito territorial.

            Hoy, a un paso de 2019, amplias capas de población de todo el mundo, independientemente de su extracción social, demandan una respuesta ambiental global que este liberalismo agonizante de éxito se resiste a dar. Sin duda, será la Socialdemocracia, como nuevo paradigma humano, la que tenga que enfrentarse a las nefastas consecuencias de un capitalismo ecuménico, ferozmente lineal, que ha perturbado todos los ciclos naturales hasta volverse contra el Hombre mismo: no es ya que nuestros océanos y lagos se estén macizando de residuos plásticos, es que nuestras aguas y alimentos están ya contaminados de residuos microplásticos de consecuencias aún por dilucidar; no es que nuestra atmósfera esté sofocada de contaminantes residuales de la combustión de carburantes fósiles, es que nuestro modelo energético ha perturbado todos los equilibrios dinámicos de aquella y, por tanto, ha roto con sus mecanismos de autorregulación; no es que el ecologismo sea la nueva religión progre, es que la conservación del medio natural debería ser el denominador común de todas y cada una de las actividades humanas, las ya desarrolladas y las aún por desarrollar. Y no es que 163 años después un nuevo romanticismo esté llevándonos a redescubrir al Jefe Seattle, sino que, como él vaticinó, el hombre blanco pasará tan deprisa como llegó, como una racha huracanada que pasa perturbándolo todo y luego no deja ni mal recuerdo.

            En nuestras manos está tomar conciencia. En nuestras manos está renaturalizar al Hombre. ¿Estaremos a tiempo?

¡Carpe diem!

 

Aullidos.

            Me enervan las calmas chichas de España, nunca escondieron días de vinos y rosas tras sus pesados silencios.

            Esta tarde, octogésimo segundo cumpleaños de mi suegra, con un sol resplandeciente de primaveral atmósfera lavada y temperatura preveraniega con una brisa de cierzo nada saludable, salvo por el contraste, me ha hecho pensar en ello una bandada de golondrinas arracimadas, de cacería, en los primeros tres metros de altura de la Plaza de Abd al-Malik. Los que fuimos niños de pueblo sabemos que ese comportamiento de las golondrinas predice tormentas, fenómenos de gota fría que suelen estropear más que arreglan, y tardes de “llover pa’rriba” en las que el ombligo del transeúnte es esa mesa redonda en la que las salpicaduras del suelo se dan encuentro con las salpicaduras que atraviesan el paraguas.

            A dos días ya de la moción de censura que ha desalojado del Palacio de la Moncloa al capitán de uno de nuestros barcos piratas de la política, esta vez sin posibilidad de puerto franco en el reino de la Audiencia Nacional, y un día después de la toma de posesión del capitán de otro de nuestros barcos piratas nacionales, los medios de comunicación españoles siguen siendo los únicos en aullar a la luna de nuestro futuro inmediato, aullido incesante que enturbia más que aclara… Lo que es el pueblo llano, nadie dice palabra, pero todo el mundo te lo explica con la mirada torva y el rictus tenso: esto no es democracia, sino un canto a la impunidad de un neofeudalismo 2.0 en el que la Nación sólo somos figurantes.

            Únicamente mi suegra, aglutinando el silencio general en torno a su comentario, ha sabido articular en la sobremesa la frase maldita: “¿y ahora qué?”; y me ha dolido comprobar que únicamente una miembro de la generación que nos legó la Constitución de 1978, con su hoja de servicios al mundo más que rellena, ha tenido a bien hacerse esa pregunta ante tanto título universitario silenciado de adocenamiento posmoderno. Únicamente la abuela ha sido capaz de preguntar por el futuro inmediato de sus nietos delante de una docena de padres que han amorrado la cabeza deseando que la pregunta rebote en frente ajena, que seguro dolería menos. Tan sólo yo me he escuchado decir: “así no, Paquita, así no”; porque en cualquier democracia que se respete a sí misma, que prospere una higiénica moción de censura, contra un gobierno judicialmente desacreditado, debería comportar un ínterin gubernamental cuyo único objetivo fuese la convocatoria inmediata de elecciones generales conforme a los plazos y formas de la legislación vigente.

            Sin embargo, más entregados que nunca a los aldeanistas periféricos y a los neocomunistas sacerdotales, la única respuesta social a tan grave evento ha sido una batahola de artículos de información y de opinión arrimando el ascua cada vez más a sus dispares sardinas; como digo, escandalera de ladridos a la luna de nuestro incierto mañana mismo y, en conjunto, un esfuerzo coral de desinformación nacional que únicamente está contribuyendo a acumular más incertidumbre y estrés en un cuerpo social a punto de desgoznarse bajo el creciente peso de su falta de esperanza. Porque produce bastante desesperanza ver al nuevo capitán pirata presa de corsarios de medio pelo, cada uno de su madre y de su padre, pero todos reclamando su parte del botín antes siquiera de mover un dedo para que el barco pueda hacerse a la mar. Y en contraposición, tambores de guerra costeros anunciando que el bajel a punto de partir jamás podrá retornar a puerto franco. Si quedaba por regalar algún bastión a la derecha más rancia, ese acaba de ser rendido mediante el más irresponsable de los abandonos.

            No sé cómo se verá la cuestión al norte de Despeñaperros, pero aquí, al sur, no nos esperamos nada bueno. Atenazados por un régimen soçias de 37 años ya, con su comisariado político extendido como una metástasis hasta el último de los intersticios de la sociedad andaluza, con un gobierno regional comandado por una pupila de la vieja guardia visceralmente enfrentada a nuestro flamante presidente del Gobierno y con uno de los mayores casos de corrupción política e institucional en plena judialización, el ruido de sables es demasiado intenso como para que pueda ocultarse con el embozo de la espesa capa castellana. Sobre todo, porque otra de las patas de banco de la corrupción soçias andaluza, la de los cursos de formación de la UGT, amenaza con poner en evidencia que esa práctica irregular de financiación no es andaluza, sino genuinamente hispana y, por tanto, salpicaría en casi todos los portales del poder regional español.

            Muy mal debe pintar la cosa para que los diseñadores de este lamentable estado de cosas, allá por la década de los ochenta del siglo pasado, anden prodigándose por los medios de comunicación intentando taponar a marchas forzadas cada nueva vía de agua que sus cachorros intelectuales abren en el casco del bajel, a cada ocasión más por debajo de la línea de flotación. Y reclaman unidad e internacionalismo como fundamentos de la izquierda cuando ellos, tocados por el púrpura del poder, hicieron de la paulatina taifalización de España su modus vivendi y jibarizaron la internacionalización de nuestra izquierda hasta la triste condición de un mero sestéo político sobre el mullido almohadón de la socialdemocracia europea. Bienvenidos, pues, al reconocimiento de que “a la fuerza ahorcan”, pero se echa de menos, en esas viejas glorias, un sincero acto de contrición como paso previo al cumplimiento de penitencia que podría alcanzarles el perdón de la Historia: dejarse de tantos micrófonos y cámaras y plantar la última de sus batallas en el corazón mismo de sus respectivas formaciones políticas.

            Y, por la parte que me coge más cercana, yo les pediría a guerras, borrelles y leguinas menos pontificados, andando de puntillas sobre las aguas del charco político nacional, y más concitar una creíble respuesta autoinmune en las corrompidas entrañas del PSOE; porque vamos a estrenar un gobierno que, como no se vea obligado por propios y extraños a convocar elecciones generales para después del verano, como muy tarde, va a acabar con el último atisbo de esperanza social en el sistema político que nuestros padres nos legaron y ellos tan alegremente han degradado.

            Y todo ello con las arriscadas minorías aldeanas periféricas con verdadero mando en plaza. Ya ha adelantado el PNV que hay que acabar la legislatura…

            ¡Carpe diem!

EUGENESIA

Essaí: 29 de Mayo de 2018.

 

            Hoy he tenido la oportunidad de leer uno de esos artículos de divulgación científica que dan mucho que pensar. Lo primero, la diferencia práctica que existe entre la ficción, según el DRAE “clase de obras literarias o cinematográficas, generalmente narrativas, que tratan de sucesos y personajes imaginarios”, y la ciencia ficción, que no es más que esa parte de la ficción que casa exactamente con el campo de las hipótesis científicas. Obviamente, respecto a la ciencia ficción, nodriza de la ciencia, pueden distinguirse a término tanto las hipótesis de estudio, aceptables o rechazables según el tamiz dialéctico del método científico, como las utopías, o sea, “planes, proyectos, doctrinas o sistemas deseables que parecen de muy difícil realización”. Y de todas las utopías renombradas la Teoría de la Relatividad, que a fecha de hoy continúa teniendo partes pendientes de comprobación empírica por las limitaciones técnicas del Hombre actual, lo cual no quiere decir que pasado un tiempo dejen de ser utópicas para pasar a ser tópicas.

            Traigo esto a colación por la peliaguda temática del artículo divulgativo en cuestión: la eugenesia, a vueltas de nuevo con el DRAE, “estudio y aplicación de las leyes biológicas de la herencia orientados al perfeccionamiento de la especie humana”; lo cual, dicho así, queda bastante inocente, la verdad. Además, incluso puede parecer un hecho natural, pues basta mirar la tendencia endogámica del género Homo – actitud social de rechazo a la incorporación de miembros ajenos al propio grupo o institución – para comprender que es una forma muy primaria de conservación de la identidad propia que, desde luego, suele ser muy común tenerla en mucha mayor estima que la identidad foránea. Empero, la endogamia es un recurso eugenésico cultural que suele tener nefastas consecuencias, ya que contraviene la naturaleza misma de la biología al entorpecer los mecanismos de génesis de variabilidad genética en los que se fundamenta la Vida; verbigracia, la hemofilia característica de la dinastía Borbón o la estupidez supina de los últimos vástagos de la dinastía Austria, son casuísticas típicas de la endogamia humana. Y es que siempre fue imposible ponerle puertas al campo.

            Sin embargo, el relato de hechos que hace el mencionado artículo es eugenésico, sensu stricto: un equipo de investigadores de la Universidad Rockefeller de Nueva York (USA) ha inoculado células humanas sintéticas en embriones de gallina y ha conseguido que el engendro resultante sobreviva el tiempo suficiente para desarrollar su sistema nervioso central, cerebro inclusive, y el esqueleto. Desde luego, la explicación dada es que este alentador resultado abre las puertas a la comprensión de la diferenciación orgánica humana y, por tanto, al diseño futuro de mecanismos inversos de regeneración orgánica y tisular encaminados al combate efectivo de enfermedades congénitas humanas, las que se suelen llamar coloquialmente errores del Hombre, y que lanzan irisados rayos de esperanza a unos lectores posmodernos que siguen reteniendo en su imaginario colectivo el atávico miedo a la enfermedad, al envejecimiento y a la muerte. No obstante, a todos ellos les recomiendo que disfruten de una película norteamericana titulada “La isla”, pues ilustra muy bien lo que puede esconderse detrás de semejante falsa esperanza.

            Desde luego, los defensores de la eugenesia enseguida echan manos a las atrocidades nazis de los años treinta del siglo pasado que, si bien condenan, valoran muy positivamente para la Humanidad los avances en medicina que comportaron; y abundan en el hecho de que, debido a ello, se abrió una pieza separada del Juicio de Nüremberg exclusivamente para los médicos del III Reich que fueron reos de semejantes crímenes de lesa humanidad, los cuales perseguían, no lo olvidemos, encontrar los mecanismos genéticos que les ayudasen a depurar la raza aria de toda contaminación exógena. Lo curioso de dicha pieza separada es que se celebró en territorio norteamericano y no en suelo alemán, como en principio prescribieron los aliados para los criminales de guerra nazis que pudieran ser apresados tras la rendición alemana de 1945. Y parece una tontería, hasta que uno para mientes en la política del New Deal de Franklin D. Roosevelt, en principio encaminada a hacer resurgir a USA de la Gran Depresión de 1929, y lo que ocurrió cuando topó con la II Guerra Mundial y, muy especialmente, con el bombardeo de Pearl Harbour. A partir de ahí la Casa Blanca vio una inmejorable oportunidad de reactivación económica en la lejana guerra europea y el presupuesto de defensa pasó de un 8% en 1942 a un 43% en 1943, se incorporó a la gran industria química y mecánica a la aventura del sueño americano, recabando para la causa su creciente potencia económica a cambio de secretismo, privilegios fiscales, protección jurídica y suntuosos contratos militares, y subsumió en ella a toda la intelectualidad judía huida de la Europa de Hitler, alma teórica y práctica del Proyecto Manhattan que hizo posible las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki de Agosto de 1945.

                 Hasta 130.000 empleados se le imputan al Proyecto Manhattan, aunque lo cierto es que esas fueron las cifras globales de un ambicioso megaconsorcio industrial, público y privado, en cuyo seno acabaron desarrollándose grandes transnacionales actualmente muy reputadas, entre ellas, la mundialmente famosa Monsanto, líder mundial de los agroquímicos (incluidos los plaguicidas usados por USA en Vietnam) y de la ingeniería genética de los cereales transgénicos que tantos problemas éticos, ecológicos, económicos y sociales han generado dentro y fuera de las fronteras norteamericanas. Su base científica, precisamente, la revolución genética que supusieron nefandos estudios en humanos como los realizados con gemelos judíos y romaníes por Herr Doctor Josef Mengele, el Angel de la Muerte de Auschwitz; su base económica, la producción de clones transgénicos resistentes a plagas y sequías, a priori muy interesantes económicamente para las zonas secas del Medio Oeste norteamericano y muchos países americanos y africanos del área de influencia USA; y su base de poder, la posibilidad legal de patentar dichos clones vegetales como si de diseños industriales se tratase, con lo que se aseguraron una posición de dominio económico sobre crecientes áreas agrícolas del planeta. Por cierto, desarrolladora y comercializadora del mundialmente famoso glifosato, herbicida hormonal recientemente prohibido por la FDA norteamericana por su correlación estadística con al menos cuatro tipos de cáncer… Y es en este punto discursivo que no puedo evitar recordar lo que me enseñaron mis mayores: importa lo que haces, pero importa muchísimo más cómo lo haces.

              Pues bien, dicho conglomerado empresarial creció al amparo financiero de grandes apellidos centroeuropeos recalados en USA en las postrimerías del s. XIX; uno de ellos la familia Rockefeller, fuerza viva del hiperdesarrollo comercial y financiero de la Isla de Manhattan – NY – USA, fundadora en 1901 del Instituto Rockefeller para la Investigación Médica, el cual acabó pasando a llamarse Universidad Rockefeller cuando en 1965 incorporó la enseñanza entre sus fines, llegando a asociarse a lo largo de su historia con 24 premios Nobel de las ciencias biomédicas. Y precisamente esta pequeña universidad privada de la Isla de Manhattan, fundada por unas de las más poderosas dinastías monetarias del afamado Club Bildeberg y su brazo secular, la Trilateral, es la que ha tenido a bien ilustrarnos sobre sus avances por la peligrosa vía experimental que describe muy bien la saga cinematográfica “Blade Runner”: la posibilidad técnica mediata de patentar células sintéticas humanas, genéticamente seleccionadas, y usarlas como caballo de Troya del desarrollo ontogenético de organismos animales complejos burlando todas las trabas éticas y todas las precauciones ambientales que la ciencia académica lleva intentando conjurar desde finales de la II Guerra Mundial… Para los cinéfilos, podemos completar la ilustración de la problemática expuesta con títulos cinematográficos como “El origen del planeta de los simios” o “Elyssium”, otros de tantos exponentes hollywoodienses de las consecuencias indeseables de que el Hombre se entretenga jugando a ser demiurgo.

            Por supuesto, no le descubro el Mediterráneo a mi lector, pues se que es muy consciente de que este dilema es el mismo subyacente a la disyuntiva entre el sector público y el sector privado, pero sí que aprovecho para posicionarme del lado de esa ciencia académica oficial que progresa, en campos tan delicados como la ingeniería genética, bajo el más estricto control social. El Homo humanus, que ya vaticiné nacería de las cenizas tardorrenacentistas del Homo sapiens, vendrá al mundo con el derecho de mejorar su existencia hasta las más amplias cotas de bienestar que sus capacidades teórica y técnica puedan poner a su alcance, pero eso no obsta para que dicho derecho emane, incuestionablemente, de su obligación inexcusable de disfrutarlo sin menoscabo alguno de las leyes y los equilibrios de la Naturaleza de la que seguirá siendo parte indisoluble. Si, además, dichos avances de nuestra modernidad en ciernes comportan nuevos ámbitos de insolidaridad, desigualdad y esclavitud para la Humanidad, mi conciencia de ciudadano de izquierdas me empuja a mostrarme extremadamente vigilante y radicalmente beligerante hacia dichas veleidades eugenésicas, máxime cuando escapen al debido control social. Quien desee mejorar la existencia humana que refuerce el estado del bienestar, invierta partidas presupuestarias crecientes en educación y sanidad universales y con parámetros de excelencia, gestione el medioambiente como un capital natural a legar a las generaciones venideras sano, incluso mejorado, coadyuve a implantar un modelo energético global sostenible e invierta voluntad individual y colectiva en la instauración de una economía social cíclica y ecológicamente sustentable.

                 ¡Carpe diem!

 

Prisas.

 

            Aparte de un grupo de presión mediática formidable en su día, dice nuestro diccionario oficial que “prisa” es “necesidad o deseo de ejecutar algo con urgencia”, mientras que nuestra hemeroteca patria nos asegura que prisa es el estado real de nuestra convivencia nacional: el PP tiene prisa porque los jueces aparten de él el cáliz de tanta sangre económica chupada; el PSOE tiene prisa porque el PP apure el cáliz hasta el fondo y no quede más cicuta que tomar, no sea que le toque saborearla a él mismo; Ciudadanos tiene prisa porque los dos grandes apuren todos los cálices a ver si así se les queda expedito el camino de vino y rosas que lleva a La Moncloa; Podemos tiene prisas porque el cáliz urbanístico de su sanedrín más bien pronto que tarde mude hacia cálices que les parecen más livianos, como los que empiezan a apurar en el P-P-SOE, que ahora saben de la erótica del poder y eso les pone y mucho; el PNV tiene prisa por rellenar con hiel y espinas el cáliz independentista catalán que no quiere probar el PP, pues durante cuarenta años les ha ido muy bien sirviéndose de cálices que forjan otros; el independentismo catalufo tiene prisas porque su proceso evite que el muy “deshonorable”, en un arrebato propio de su provecta edad, tire de la manta y fastidie el negocio dejando al descubierto las cloacas del Estado; y las comunidades autónomas tienen prisa por asegurarse de que, con tantas prisas ajenas, a nadie se le olvide mantener rebosante el pesebre presupuestario del que vive cada una con su regionalismo caciquil, tan productivo para los suyos.

            Todo es prisa en España; y tanta es la prisa que ya se le está contagiando a Europa, que cada día tiene más prisa porque España sea más productiva, cualquier cosa que signifique eso para sus negras señorías, congele las pensiones y se sume a la política ambiente de privatización de las jubilaciones, sacrifique honra y barcos en el altar de ese equilibrio presupuestario que la propia Unión Europea es la primera en saltarse a la torera y siga pagando en dignidad y honra el haber dejado de ser el mayor imperio jamás conocido y, por tanto, gigantesco árbol caído del que todavía se puede continuar haciendo leña. Y son tantas las prisas europeas que, llevados en alas de sus propios prejuicios, están incurriendo en desatinos que amenazan con convertir el solar europeo en un nuevo cenagal de sangre… Ya decían mis mayores que las prisas no son buenas, acortan la perspectiva y nublan el juicio, derivando en una carrera desbocada que casi nunca encuentra freno suficiente para escapar al trompazo en la pared de fondo que todo callejón sin salida suele tener, más gruesa, sólida y elevada cuanto más oscuro y desaconsejable es el callejón. Así, con tanta prisa, estamos pasando por alto que el localismo provinciano y vecindón encuentra cada vez más feligreses entre los apátridas producidos y contabilizados como inevitables daños colaterales de nuestras prisas y, qué casualidad, todas ellas masas marginales abducidas por las caducas falsas promesas de ricos, y nuevos ricos, dispuestos a sacar buena tajada política de tantas y tan desbocadas prisas.

            Y con ser mala la prisa, señora enervada y enervante de sus soledades viscerales, mucho peor es su hijo bastardo, el estrés, ansioso quinto caballero del apocalipsis que aún no ha comprendido que jamás será admitido en tan lúgubre horda, montando, como va, un triste jumento cuya tosca albarda le desuella las pelotas y su escasa alzada le desportilla las uñas de los pies con todas y cada una de las piedras del accidentado camino. Y ese estrés, esa “tensión provocada por situaciones agobiantes que originan reacciones psicosomáticas o trastornos psicológicos a veces graves”, la derecha lo sobrelleva en balnearios y cruceros, mientras que la izquierda lo acumula en su tejido adiposo como nuestro cuerpo hace con las toxinas. Y esa izquierda, requetemicronizada por el estrés hasta la atomización más exangüe, triturada en el mortero ideológico de sus propias prisas por hacerse con el poder, se niega a comprender que no se puede jugar al juego del poder, en el campo del poder, con las reglas del poder y con árbitros impuestos por el poder, porque, necesariamente, acabas pareciéndote tanto a esa derecha instalada en el poder que más pronto que tarde acabas no pudiendo reconocerte en tu propio espejo. Y lo peor, es que esta pijiprogresía nuestra se mira al espejo cada mañana y se niega a asumir las patas de gallo que le dibujan el patetismo y el ridículo… ¿Y nos quejamos de la desafección popular?

            Señores, la izquierda nació dando más el que más tenía: conocimiento, el mejor tratado académicamente por la vida; bienes, solidariamente, los mejor tratados por el devenir de sus duros tiempos; fuerza los más enteros de espíritu; y pundonor los muchos que no tenían más haber que su resistencia, propia de semiesclavos hartos a palos. La izquierda arraigó en la sociedad dando el trigo de su ejemplo antes de predicar el credo de su utopía y creció mirando a sus interlocutores a los ojos, cara a cara, haciéndoles protagonistas de su propia redención social y política, luego jurídica. La izquierda ganó a pulso la Europa del bienestar pagando cara hasta la menor de sus reconquistas sociales, derechos perdidos a girones en la inclemencia del tiempo desde que el Conflicto Neolítico cayó rendido a los pies de las élites locales. En definitiva, la izquierda fue revolucionaria porque en su propio seno igualó al potentado con el menesteroso, al docto con el iletrado, al artista con el obrero, al urbanita con el campesino y hasta al agnóstico con el creyente, haciéndoles reconocerse iguales pese a la desigualdad impuesta por sus circunstancias biográficas, todas adquiridas, ninguna natural, que podían ser fácilmente corregidas con la ayuda de la fuerza más incontenible de la Naturaleza: la voluntad humana. Y fue el sentido común el campo de encuentro de todas aquellas reconquistadores cuyo legado hoy estamos malogrando con nuestro aburguesamiento más o menos entusiasta.

            Por todo eso, siento un enorme aburrimiento cuando tanto conciudadano bienintencionado me aborda para reconstruir la izquierda desde postulados aritméticos, electoralistas y mercadotécnicos. No puedo evitarlo. Cuando escucho esos argumentos recuerdo aquella frase que se le imputa a Albert Einstein: “es estúpido repetir sin cesar un mismo experimento esperando que cambie el resultado”. Y me duele, en lo más íntimo de mi ser, comprobar que los “brotes verdes” de la nueva izquierda del s. XXI ya vienen amarilleando de prisas; porque hay todo un espeso reverdecer de la izquierda, a qué negarlo, pero tristemente abigarrado a la densa sombra del árbol neoliberal que ocupa todo el espacio mediático e institucional, ya sea por derecho o ya por imagen especular de aquellos a los que le viene de casta no vernos más allá del grosor de nuestras billeteras.

            ¿Cabe en España y en Europa una izquierda sin prisa…?

            ¡Carpe diem!

Rabia.

            Asegura nuestro socorrido D.R.A.E. que rabia es “ira, enojo, enfado grande” y la experiencia nos enseña que se trata de una emoción tan socialmente lesiva que nuestro léxico establece una gradación de escala, es decir, de un mínimo a un máximo, a saber: lo que comienza como rabia, puede continuar como ira y acabar peligrosamente en cólera desatada. Por tanto, hablamos de una gradación emocional que interfiere con el metabolismo de las catecolaminas, de las que la adrenalina es el peligroso resorte neuroquímico que establece esa gradación consecuencial entre: rabia, que suele acabar en protesta y reproche; ira, que suele terminar en protesta airada, proclive al resentimiento; y cólera, que siempre explota como violencia ciega desatada contra el objeto de nuestro enojo. Es por eso que la situación actual de Cataluña quiero verla como simple rabia contenida y, por tanto, un proceso reversible y sanable, en el futuro inmediato, que siempre aspira a la debida rectificación del ofensor.

            Sin embargo, contra mis anhelos, los acontecimientos de Cataluña apuntan a un nivel de intereses inconfesables que, usados como gasolina con la que ir apagando todos los incendios que nos salgan al paso, marcan una senda oscura de descenso a la cólera social incontenible. Porque no hay que olvidar que estamos hablando de que un 45% de la población catalana, siendo generosos – no debemos omitir que gran parte del apoyo electoral al secesionismo ha sido y es meramente circunstancial y, por tanto, susceptible de decaer conforme el proceso demuestre su verdadera naturaleza –, pretende imponer por las bravas un apartheid a la mediterránea al 55% de la población restante; y, lo que es peor, imponiendo su estafa ética e intelectual al 95% de la población nacional y endosando la factura podrida de sus consecuencias políticas a más del 99% de la población europea. No es precisamente para cogérsela con papel de fumar, pues que estamos hablando de dejar que prenda una mecha que pueda convertir a Europa entera en un polvorín.

            Conviene recordar que ayer se eligió como presidente autonómico a un frenopático montaraz racista, supremacista y servil como cualquier Waffen SS lo fuera en otra época con su fürher, hasta el punto de que él mismo afirmó en sede parlamentaria que es un rebelde que viene a calentarle el sillón a un prófugo de la Justicia mediante la duplicación institucional de Cataluña, con un discurso político de posguerra y con una contumaz disposición a la dispensación del anatema contra todo el que no transija con su pedigrí de cloaca. Conviene recordarlo porque, para mal, comanda un cuerpo armado de 17.000 policías autonómicos de los que al menos el 40% son recalcitrantemente secesionistas, que va a restituir en su cargo al Mayor encausado por sedición por todos los nauseabundos acontecimientos del 1 de Octubre y que se sabe que han recibido, en no pocos casos, entrenamiento paramilitar. Y conviene no olvidar que es ya, de facto, el “comandante en jefe” de unos sobredimensionados medios de comunicación públicos que, a más de destilar constantemente incitación al odio desde hace años, han llegado a ser usados como mecanismos de espionaje, obstrucción y acoso de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado que acudieron a restablecer el orden constitucional en Cataluña (pese a que el propio Estado los mantuvo patéticamente refrenados hasta el escarnio nacional).

            Se sabe, además, que se están abriendo las arcas públicas a la financiación fraudulenta de los llamados Comités de Defensa de la República, montonera juvenil “anticapitalista” que lleva meses acosando las universidades y los espacios públicos catalanes en una vieja estrategia de presión social que sólo tiene un objetivo de libro: encontrar un mártir entre los suyos que justifique un desbocado sentimiento de venganza y una terrible sed de sangre. No hace mucho que algo así vivió Ruanda entre hutus y tutsis. Y no exagero, porque ya menudean los autodenominados Grupos de Defensa y Resistencia, supuestamente de ideología contraria (si es que en los extremismos pervive ideología alguna), que han comenzado a entrarles al trapo, descarada y organizadamente, ante la impasibilidad de una policía autonómica fracturada, mal organizada y peor mandada. Luego, el escenario está dispuesto. Únicamente nos falta la primera gota de sangre que sirva de chispa para prender la mecha de semejante polvorín social… ¿Y los demás qué estamos haciendo entretanto?.

            Los demás estamos a por uvas independientemente de siglas, seres y estares: el PP y el PSOE, rehenes de sus intereses inconfesables y las menos aún confesables conexiones de sus miserias con las del clan Pujol, se pasan la vida amagando y no dando, como si una constitución democrática fuese mero título y blasón que viste mucho sin exigir defensa alguna; Ciudadanos, jugando a ser Çiutadans en su tierra, esperando de este descalabro el trampolín definitivo para su asalto al poder institucional, principio de su prometedora carrera neoliberal; Podemos, en su tónica, dando una homilía distinta en cada parroquia, pese a que su liturgia tiene siempre como hilo conductor amigarse con esos hombres de paz que viven para y por destruir a la vieja España, esa que el sumo sacerdote podemita no puede nombrar; Izquierda Unida buscando el modo de recular a tiempo, no sea que lleven razón las últimas encuestas y lo que no consiguió el franquismo, ni después la democracia, lo consiga la caída en desgracia de los morados; y el cinturón de asteroides de la izquierda constitucionalista fragmentaria, yendo con flores a María, en pos de una deseable unificación de la izquierda que muere tras cada café de cortesía, cuando toca hablar de quienes la tienen más grande… Bueno, también estamos el pueblo llano, pero en el capítulo de “figurantes y pagafantas varios”.

            Mientras tanto, la rabia se extiende por nuestra curtida Piel de Toro como una mancha de aceite sobre papel de estraza: lo catalán recuerda a lo vasco, alimentado por la actual OPA jeltzale al Reino de Navarra, al tiempo que España entera se pasma de la vorágine imperialista que arma a ambos procesos soberanistas; y lo peor, el contagio en el fondo y las formas que está alcanzando al resto de reinos taifas peninsulares, con la Galicia del PP a la cabeza. ¿Nadie se ha dado cuenta que es raro el andaluz, el extremeño, el manchego o el asturiano que no tenga familiares vivos en Cataluña? ¿Nadie de entre las nutridas mesnadas de asesores monclovitas ha caído en la cuenta de que las mentiras, además de costosas de mantener, acaban siendo cogidas como lo que son, interesadas mentiras? ¿Ninguno de nuestros áureos próceres patrios ha caído en la cuenta de que la Constitución de 1978 impone, que no habilita, impone a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado la defensa de la unidad nacional? ¿Alguien en su sano juicio se ha parado a pensar que esa guerra civil que tanto nos gusta mencionar electoralistamente ocurrió de verdad y alzó a padre contra hijo y a hermano contra hermano? ¿Hay vida inteligente en alguna de nuestras costosas, duplicadas y obsolescentes instituciones parasitadas hasta los tuétanos por esta patética conjura de los necios? ¿Ni un ápice de sentido común asiste a las cabezas visibles del Poder Ejecutivo español, ese que quedó constituido con el mandato imperativo de cumplir y hacer cumplir la Constitución?

            Desde luego, Spain is different hasta para hacer el ridículo; pero seguimos siendo la correosa nación de hijos del agobio, con arranque de burro y parada de caballo, que hizo temblar imperios y fue capaz de sostener el mayor imperio jamás conocido. Peligrosamente, somos un pueblo, con un especial gusto por la sangre, que no acostumbra a avisar de cuándo va a entrar a degüello. Avisados estamos.

            ¡Carpe diem!

 

Infamia.

 

            Refiere nuestro socorrido Diccionario de la Real Academia Española que infamia significa “descrédito, deshonra”, y más secundariamente “maldad o vileza en cualquier línea”, algo sobre lo que estamos cursando un carísimo máster acelerado los españolitos de a pie; porque hace falta mucha maldad y más vileza para haber construido un sistema tan parasitado de mediocres y necios, con mala baba, como el que padecemos en la España actual. Y tal es el descalabro que ya no hay ni cómo hacerse una composición de lugar, más o menos razonable, de lo que son los seres y estares con los que nos levantamos cada mañana y con los que nos acostamos cada noche. Desde luego, qué verdad fue aquella de que a España no la iba a conocer ni la madre que la parió.

            No entraré a valorar las razones del poder, tan alejadas como están en las alturas de cielo raso de esta llanura popular en la que intento vivir mi vida con el máximo de dignidad que mis circunstancias me permiten, pero no por ello puedo negarme a mí mismo que lo que me hace fruncir la nariz es ese nauseabundo olor a darro que emana de las cloacas de ese poder; eso, y la certeza de que los principales actores de ese poder hispano, de un modo u otro, han sido puestos en sus cargos y tronos en mi nombre, con abuso de mi voluntad. Sólo puedo valorar, con tristeza suma, que yo que en mi mocedad abominaba del término “pueblo”, que me sabía a manada humana tanto como el hato lo sabía manada ovina, anhelando juvenilmente formar parte de una sociedad moderna, cultivada y competitiva, no veo más que un adocenamiento ambiente que sirve de mullida alfombra a los escabeles de los cada vez menos numerosos y más aureos miembros de la élite de este país.

            Como soy de pueblo, de pueblo cruce de caminos de mesta, algo entiendo de manadas lanares, con sus pastores indolentes bajo el sol, pacientes en la seguridad de su rebaño y absolutamente seguros del servilismo de sus perros guardianes y sus perrillos carea, tan voceros y diligentes que ellos solos se las apañan para apacentar el ganado bajo la lánguida mirada de los acalorados mastines y los oportunos silbidos de los pastores, esos que mejor no se escuchen muy seguido, no sean que anuncien alguna pedrada. Y como soy de pueblo, del pueblo llano quiero decir, ejemplos gráficos me sobran para comprender que, como me decían mis mayores en tono jocoso, “al final somos lo que comemos”, es decir, a rato borrego, a rato cerdo, a rato melón… Impresiona comprender, cuando te detienes a extraer las enseñanzas ocultas en las experiencias más sencillas, cuanto nos parecemos los humanos a los animales con sus macho alfa y sus testosterónicos aspirantes; por esa razón los carneros son apartados del rebaño prudentemente.

            Esta analogía bucólico-pastoril la traigo a colación por hechos recientes que han suscitado serias dudas, en mi persona, de que estemos en condiciones de considerarnos sociedad y no simple rebaño. Hechos que me han llevado a recordar, por ejemplo, cómo hasta hace dos o tres lustros las mejores plumas del periodismo nacional lucían palmito en las tertulias televisivas reclamando un código deontológico del periodismo que ni está ni se le espera. Precisamente nos avisaban de los males sociales a los que nos estamos enfrentando: en lo general, morbo, manipulación, desinformación, sensacionalismo y subversión de los principios más elementales de una sociedad democrática que se precie, y en lo particular, intoxicación, adoctrinamiento e incitación al odio como en los últimos años nos tienen acostumbrados algunos medios de comunicación regionales. Y a todo esto, los pastores andan a por uvas, quizá porque les interese sustituir Congreso y Senado por platós de televisión y tertulias radiofónicas.

            No seré yo quien excuse a la población general de su desentendimiento de la política, ese arte de la convivencia con el que nos jugamos el futuro inmediato como sociedad y como individuos; pero, en honor a la verdad, debo reconocer que los próceres del sistema han sabido hacer sus deberes mejor que bien. Desde 1995, la lenta degeneración de RTVE, de servicio público de gran calidad a órgano de propaganda al servicio del preboste de turno, ha ido paralela a las dadivosas y bien estudiadas licencias televisivas privadas sin más fin que hacerse con las cotas de pantalla y de onda que iba dejándose por el camino el ente público, últimamente tan dado a la represalia profesional y al palafreneo institucional. Sin embargo, todo tiene un límite, y lo de las televisiones autonómicas hace tiempo que excedió con mucho la línea roja de lo humanamente tolerable. Basta hablar de TV3 para tener que recordar precedentes muy similares en puntos del globo tan alejados como Ruanda, Yugoslavia, Cuba o China, en un vocerismo del “empoderamiento de los nuestros” que siempre acaba pagando muy caro quien menos culpa tiene y, más aún, quien ha intentado enfrentarse a ello por el bien común.

            Porque en estos tiempos de exaltación de la libertad de expresión, dios de pregoneros en cuyo nombre se está laminando la libertad de conciencia del pueblo pagano de todas nuestras bacanales, es imprescindible recordar que no hay libertad sin normas ni límites y, dicho eso, el muy reclamado código deontológico del periodismo español sería la diferencia entre esa libertad de expresión y el actual libertinaje que no tiene más objeto que abundar en nuestras desigualdades y revolver el río de nuestras existencias para mayor ganancia de las élites, mayormente responsables últimas del desaguisado patrio en el que chapoteamos. Quizá así, sólo tal vez, incluso a la nada apreciable casta política que nos desgobierna le quedarían claras algunas líneas rojas que en democracia nunca deben cruzarse y, una de ellas, es que en sociedad hasta los poderes fácticos han de ser controlados y regulados en previsión de sus abusos y de la justa salvaguarda del bien común que es dicho sistema de gobierno de los hombres.

            Es muy fácil subirse a un púlpito y entretener a la feligresía con encendidas homilías escritas en obispados alejados del mundanal ruido popular, pero ya no es tan agradable correr con la responsabilidad de los hechos que dichas pías arengas pudieran desatar a pie de calle. Nadie da tres cuartos al pregonero, sobre todo, cuando el pregonero tiene la culpa de que acabe habiendo malentendidos y enfrentamientos por el infame sesgo de sus pregones. Todos somos hijos, todos seremos padres y todos terminaremos siendo abuelos, por tanto, aunque sólo sea para no hipotecar la convivencia futura de nuestros seres queridos, demos la batalla también en el periodismo, para que jamás un periodista vuelva a ser confundido con un servil vocero o, peor aún, con un sicario de la palabra prestada.

            ¡Carpe diem!

Lesa humanidad.

            Me contaba un amigo, que de esas cosas parecía entender, que no hay agravante mayor en Derecho que la lesa humanidad, pues, por razones legales que a mí se me escapan, implica que un hecho punible en cualquier rincón del planeta ha alcanzado la categoría de lesión y ofensa para todo el género Humano. Si no lo comprendí mejor es porque, como cada vez que alguien me ayuda a encontrar la luz, mi mente vuela hacia ejemplos concretos de mi biografía en los que los detalles de la disertación de mi interlocutor se van adhiriendo como hilos de colores con los que reparar la ajada urdimbre del tapiz de mi persona; pero importa poco, no es la erudición algo que yo persiga, sino la redención de una cadena perpetua de ignorancia más pesada cuanto más compleja vamos haciendo nuestra mundana existencia. Y de ese vuelo rasante sobre mis recuerdos, sin poder evitarlo, se me han venido a la cabeza las últimas 48 horas de vida de Miguel Ángel Blanco.

            Al concejal vasco es cierto que lo asesinó vilmente algún pobre diablo abertzale armado, abducido e inducido por alguno de esos capellanes macabros que la delincuencia organizada suele tener, suerte de cobardes padrinos que dictan sobre la vida y la muerte ajenas sin ensuciarse jamás las manos, sin ensuciar nunca su forzada imagen de ejemplares defensores de las mejores esencias de una sociedad de cercanías que, por esa misma razón, les teme más de lo que parecen respetarles. Lo que no olvido son las 48 horas de tensión, en un pueblico de Jaén, en la intimidad familiar con mis padres, viviendo aquel terrible trance televisivo como si estuviese ocurriendo en el pueblo de al lado, sintiendo el dolor de aquella terrible angustia nacional como si algo nos dijese que aquel secuestro y el aquelarre de comunicados etarras que precedieron al tiro en la nuca comportasen, cualitativamente, un crimen muchísimo mayor que el ya de por sí execrable asesinato de un ser humano. Algo en nuestro interior (recuerdo bien las lágrimas en los ojos de mis padres) nos hacía sentir íntimamente que aquello era mucho más que un simple atentado: aquello fue un crimen de lesa humanidad.

            Y así las cosas, removido algún oscuro rincón de mi memoria con el obsceno teatro de la disolución de ETA la semana pasada y, desde luego, ayudado en ello por los testimonios públicos de muchos españoles que, por lo visto, han sufrido la misma sensibilización de la memoria que yo, me veo ante estas páginas en blanco examinando en mi conciencia cual de todos aquellos crímenes fue, realmente, el más horrendo y ofensivo a la Humanidad, si los 853 asesinatos, los muchos secuestros, las demasiadas extorsiones, las amenazadas constantes como gota malaya en la frente de nuestra alma, los exiliados, los heridos y hasta el negocio político, tan secretista y ambiguo, emanados de un conflicto social que, como todos los conflictos, debió contar con un culpable primero, seguramente, algún ilustre difunto que jamás se ensució las manos ni se dignó a señalar con el dedo a tal o cual diana potencial de “los chicos de las mochilas”, que eufemísticamente solía decir el ínclito Arzalluz. Y parece ser que aquella culpable primera no fue otra que la sección carlista y burguesa de la curia católica vasca, tan pía y tan beata ella; pero resultaría demasiado fácil, cuando tantos vascos y no vascos simpatizantes con “la causa de la liberación vasca” han intervenido en el complejísimo submundo infrahumano de ETA y su frenopática visión del mundo de las últimas seis décadas.

            No. Como buen radical prefiero excavar en tanto fango criminal en busca de la raíz podrida que hiciera posible volverse a hermano contra el hermano sin freno ni tasa. Y dándole vueltas al asunto no encuentro más culpable primero que el propio nacionalismo, ese resentimiento antihistórico que acaba traduciéndose en conflicto social cuando sus frustraciones y amarguras cometen el primero y mayor de los crímenes de lesa humanidad imaginables, o sea, impedir o entorpecer el libre desarrollo de la persona. Da igual que el punto de partida fuese un seminario o una sacristía o un saloncito de té de la Ría de Bilbao, da igual; doquiera que alguien o algunos comenzasen a adoctrinar a los demás en una puridad de estirpe mitológica y supremacista exigente de un pedigrí, de una pureza de sangre imposible de justificar, aquel fue el punto exacto en el que cayó la piedra aldeanista que perturbó el estanque de la sociedad vasca y, por ende, de la sociedad española… Y así en Cataluña, como más recientemente en Galicia y hace nada en la milenaria, mestiza y caleidoscópica Andalucía. Siempre hay un tonto para un remedio y, cuando el remedio supone engrasar la maquinaria arribista del asalto al presupuesto público con sus pesebres dorados en el placentero establo de las cloacas del poder, los tontos florecen como champiñones en el útero putrefacto de la ignorancia orgullosa de sí misma, es decir, de la necedad encumbrada por las más bajas pasiones de la tribu.

            No obstante, aislado al fin el sujeto agente de nuestra descomposición nacional, a todos los niveles, sería poco radical, por mi parte, pasar por alto la tremenda importancia del sujeto paciente de esta nefanda historia: el Gobierno de España; porque no podemos omitir, en nuestra toma de conciencia social, que las cosas son como algunos las quieren, desde luego, pero porque la inmensa mayoría se las consentimos. Así pues, lo que hoy acontece en Cataluña no es sólo culpa del nacionalismo catalán, sino que, a mi juicio, es más culpa de cuatro presidentes del Gobierno de España que han tenido en el cajón de su escritorio de La Moncloa copia literal de la Agenda 2000 del separatismo catalán, desde 1990, y lejos de combatirla, como exige una democracia que se precie de serlo, la dejaron desarrollarse, punto por punto, cuidándose de que no le faltase financiación pública con que expandirse y consolidarse como una enfermedad endémica de una sociedad hasta la fecha tenida por el ejemplo a seguir por el resto de las regiones de España. Luego, el clan pirata Pujol, sí, pero Felipe González, José María Aznar y José Luís R. Zapatero, también; porque Mariano Rajoy, como buen gallego, ni una cosa ni la otra, sino todo lo contrario, pese a ser muy español… y mucho español.

            Y ya digo, aunque únicamente fuese por perseguir ese crimen de lesa humanidad que es impedir y entorpecer el libre desarrollo humano de las personas, merecería la pena combatir al nacionalismo hasta el desmayo. Otra cosa distinta es que haya Izquierda en Europa capaz de encarar tamaña aventura, ya que abandonar los alegatos sentimentalones y viscerales propios de la mercadotecnia electoral es un imposible para unos partidos pijiprogres excesivamente acostumbrados al sensual siseo de las alfombras institucionales cuando arrastran sobre ellas los cueros de unos zapatos que sostienen el torpe deambular de lo más granado de esta conjura de los necios que nos place apacentar. Otra cosa es que, rotos los diques de nuestra acomodaticia existencia, cualquier día nos asombremos de que quedan españoles dispuestos a pelear por la solidaridad, la igualdad y la libertad que fundamentan a todo Estado de derecho que se precie de serlo. Sólo por la esperanza que devolverían a nuestras grises vidas, merecería seguir vivo hasta verles resurgir de nuestras cenizas.

            ¡Carpe diem!

Europa.

 

            Siempre lo he dicho: cuando se confunden paradigmas con doctrinas el resultado acaba siendo la confusión y el caos, ese estiércol intelectual inmejorable para el cultivo industrial de los ardores tribales. Así pues, si el paradigma político, luego social, de la Edad Media fue el feudalismo y el paradigma político del Renacimiento ha sido el Liberalismo, la socialdemocracia está llamada a ser el paradigma político de la Modernidad que el Homo sapiens está abocado a estrenar en este inquietante s. XXI. Quizá, por eso mismo, que los partidos socialdemócratas europeos confundiesen esta circunstancia con su doctrina partidista, haya sido la causa fundamental del exacerbado aburguesamiento que ha llevado a la izquierda europea a perder toda su credibilidad y, con ella, cotas crecientes de respaldo electoral, mayores cuanto más cercana al poder institucional haya estado.

            Entiendo que resulte chocante esta clasificación ahistórica de los periodos, pero quien me conoce sabe que huyo del camelo liberal que supone contarnos la Historia como una sucesión de hitos biográficos y geopolíticos. La vida es un todo indisoluble, sin solución de continuidad, en cuyo seno la vida humana no es más que un segmento espaciotemporal que podremos diseccionar por partes para ayudar a su comprensión, pero que tendremos que esforzarnos en contar como un proceso integral si realmente queremos acercarnos a unos mínimos de ciudadanía crítica que nos ayuden a ser libres… Porque la A4 Cádiz-Madrid es una autovía, mientras que su cartelería e hitos kilométricos únicamente son puntos de referencia de esa autovía, por tanto, la nada en términos prácticos de circulación de viajeros – so pena que una mala interpretación de esas señales acabe dando con tus huesos en Portugal, que las lecturas rápidas tienen esas cosas –. Así es la Historia con sus actores.

            Razones étnicas para defender la unidad europea pueden encontrarse desde el Paleolítico Inferior, como razones de la misma índole encontraríamos a carretadas para justificar la disolución de Europa antes de verse constituida en Nación; pero desde una perspectiva socialdemócrata, luego social, política y jurídica, la razón de la unificación europea no es otra que la misma definición de Nación: pueblo soberano. Consecuentemente, si los europeos, tras un conveniente proceso constituyente de corte federal y diseño simétrico, decidiéramos soberanamente constituirnos en Nación, sólo quedaría el trámite legal de ser reconocida esa federación por la comunidad internacional para que la Historia de Europa comenzase a escribirse en derecho, y no desde el derecho de conquista que tanta sangre inocente y tanto sufrimiento popular ha supuesto el imperialismo aristocrático durante los últimos cinco siglos.

            Desde luego, esta ilusionante perspectiva de futuro para el Viejo Mundo tendría consecuencias muy positivas para el conjunto de la ciudadanía europea, sobre todo en términos de convergencia económica, técnica y jurídica, pero no menos en términos geopolíticos de defensa de las conquistas sociales históricas de nuestra supranación frente al resurgimiento de los neoimperialismos globales: los césares americanos, los zares rusos y los emperadores chinos. No obstante, es precisamente esa posibilidad de constitución de una Nación de naciones, tan vieja y tecnificada, como onfalos geográfico del planeta y referencia metropolitana del resto del mundo, la clave para la prosperidad del peor enemigo del proyecto común: el nacionalismo, el retorno en bloque al culto a la identidad tribal y la supremacía de una aldea sobre su vecina. Todo ello sin olvidar que ese nefasto camino podría conducir directamente a la III Guerra Mundial, pues ya se sabe con el nacionalismo: “nunca hay dos sin tres”.

            Esperar que esa construcción europea llegue de mano de la derecha, es un imposible; la derecha se acomodará a ese extremo político conforme se le vaya garantizando que en el nuevo orden establecido siguen quedando resquicios para que ella luche por el elitismo fundamental a su naturaleza política; pero esperar que esa unión europea nazca del empuje de la izquierda decadente actual, tan aburguesada, tan oportunista en lo electoral y tan reaccionaria en lo funcional, es pedirle peras de agua a un olmo de cartón piedra. La derecha europea aborrece la socialdemocracia llamada a sustituir al liberalismo, sobre todo ahora que ha quedado reducido a la mera cuestión de hipercapitalismo desbocado; pero es que la izquierda europea la teme como al mismo diablo, pues supondría una revisión histórica, política y social tan profunda de sí misma que equivaldría a su muerte electoral. Y ya se sabe: “con las cosas del comer no se juega”, ¿verdad?

            Ni va a ser fácil ni suave, sin lugar a dudas, porque la socialdemocracia no podrá nacer en un mundo en el que actualmente falta una genuina perspectiva de izquierdas; y las formidables herramientas de adocenamiento social con que cuenta el liberalismo rampante lo van a poner aún más difícil, máxime cuando el sistema de poder actual está consiguiendo reducir a cenizas las clases medias que tanto les costó construir y consolidar a nuestros padres. De hecho, el precariado que tanto gusta mencionar en los discursos oficialistas no es más que un proletariado 2.0 en el que están arraigando los fascismos populistas, de izquierda y derecha, como las judías mágicas del cuento en la fértil tierra del reino de los hombres y que, una vez alcance las nubes de los bucles melancólicos y el fervor de la horda, lo único que podemos esperar de vuelta es la presión de una gigantesca bota de hierro aldeanista en nuestro frágil  cuello ciudadano, nuestro Estado de Derecho.

            Por supuesto, atraer al nuevo paradigma humano a la intelectuadlidad más socialmente comprometida es un reto irrenunciable, cabría más, pero eso no obsta para que aseguremos ya que ese paradigma socialdemócrata sólo sobrevendrá de la mano de una Izquierda aún por reconstruir y que, por el simple hecho de ser izquierda, únicamente podrá prosperar como ya lo hizo en tiempos: persona a persona, casa a casa, barrio a barrio, pueblo a pueblo, ciudad a ciudad… Porque la razón de ser de la Izquierda no es otra que la naturaleza social y cooperativa humana, esa que se difumina en razón directa al incremento de la densidad de población y el aumento de la intensidad de influencia de las élites mundiales. Obcecarse con el asalto a las primeras planas de los medios de comunicación de masas, pues, va a comportar actualmente pagar el peaje de ir aburguesándose poco a poco conforme te lo exijan esos mismos medios cuyo concurso se anhela, perdiéndose así progresivamente lo único que no debe perder alguien de izquierdas: el contacto visual, el metalenguaje que convenza al ciudadano anónimo de que el proyecto es creíble porque sus defensores son creíbles. Será el único modo de involucrar a capas crecientes de la población, para que el número prevalezca sobre el músculo.

            ¡Carpe diem!